En todo matrimonio se presentan ocasiones en que, tanto el marido como la mujer, descubren que en algunas cosas cada uno de ellos sigue siendo un extraño para el otro. Naturalmente, este problema los inquieta, porque casi todas las personas se casan con la lógica esperanza de compartir los más íntimos pensamientos y sentimientos de su cónyuge. En algunos matrimonios, los esposos y las esposas llegan a conocerse muy bien, a pesar de lo cual - y esto hace aún más desconcertante el asunto- en determinados momentos uno de los dos toma una decisión o expresa una opinión reveladora de que la persona amada es todavía, al menos en parte, un misterio para su pareja.
Aunque se trate de cosas superficiales, al marido y a la mujer suele resultarles difícil predecir las preferencias del otro. En cierto número de experimentos realizados por especialistas en sociología, las parejas sólo acertaron la mitad de las veces. En una de las pruebas, por ejemplo, tomaron parte veinticinco matrimonios que fueron separados. Las mujeres quedaron en una habitación y los hombres en otra, y se les enseñó un muestrario de regalo: ropa interior femenina, guantes, bufandas, cinturones y carteras. Luego se pidió a cada participante que predijera qué objeto preferiría su esposa o esposo. Ni una sola pareja logró salir airosa de dicha prueba.
Si bien estos estudios parecen indicar claramente que tanto los esposos como las esposas suelen equivocarse al predecir los gustos y las acciones de su pareja, no debe entenderse por ello que el matrimonio se vea abocado al fracaso. No hay que olvidar que, a pesar de los razonamientos "teóricos" de determinados feministas, existen diferencias fundamentales entre el hombre y la mujer. Ningún hombre puede ponerse en el lugar de una mujer, sentir lo que ella siente cuando está embarazada o cuando está amamantando a su hijo. Las mujeres experimentan un cambio fisiológico mensual que el organismo masculino no sufre jamás. Y, lo que es más importante, ningún varón puede hacerse cargo plenamente de lo que esta "renovación" cíclica representa para la mujer no ya físicamente, sino psicológicamente, en sus estados anímicos y en sus impulsos más íntimos.
Pero existen otras diferencias básicas que tampoco debemos olvidar. El instinto sexual de la mujer se despierta con mayor lentitud que en el hombre, y está condicionado a un estado emocional. El hombre, por el contrario, suele excitarse con facilidad ante estímulos externos, por lo que a menudo mantiene una tensión erótica casi continua. En la mujer se presenta con mayor potencia coincidiendo con la ovulación, proceso del que algunas ni siquiera se dan cuenta.
Aparte de estas profundas diferencias que se acaban de señalar existen otras no menos importantes de tipo psicológico. Las mujeres, por ejemplo, tienen una capacidad de ternura mayor que la del hombre, tienden a cuidar de las personas que las rodean. En cambio, el varón es más agresivo, más luchador. Los niños parecen apreciar estas diferencias desde que son muy pequeños. Si un niño rompe un cristal jugando a la pelota, correrá a decírselo primero a su madre, porque intuye que ella se preocupará ante todo de su salud, de si ha sufrido algún corte. El padre, en cambio, le regañará. Suele olvidarse también que el nivel de inteligencia de la mujer es tan alto como el del hombre, aunque ambos sexos empleen de forma diferente sus facultades intelectuales. La mujer obtiene calificaciones más altas en las pruebas verbales, y el varón en matemáticas.
Para resumir, podríamos afirmar que cada sexo contempla al otro a través de unas barreras levantadas por unos sentimientos físicos y unas sensaciones emotivas diferentes. Si bien son incapaces de describírselas bien al sexo opuesto, y la mayoría de los esposos y las esposas no son conscientes de que existen esas diferencias, todos nosotros nos sentimos defraudados cuando nuestra pareja no comprende un estado de ánimo o una acción nuestra nacidos precisamente de esas diferencias. Por grande que sea el deseo de lograr una comunicación total, cada sexo sólo puede enviar la clase de mensaje que es capaz de "emitir", y recibe sólo el que su "equipo receptor" le permite captar. Por ello, una mujer deprimida por una tensión premenstrual se indignará y se sentirá abandonada si su marido, del que espera una manifestación de cariño, le dice "que se deje de tonterías", que no ve ninguna razón para "sentirse así". Puesto que los aparatos transmisores y receptores son tan diferentes, no es de extrañar que muchos mensajes no lleguen a destino.
En otras generaciones esos abismos se salvaban hasta cierto punto porque el marido y la mujer provenían generalmente de un ambiente semejante. En su mayoría se casaban con personas de su propia clase social, religión y cultura. Tenían cierto motivo para creer, por lo menos desde un punto de vista superficial, que sabían cómo reaccionaría su cónyuge en un momento determinado. Pero, actualmente, en muchos países no existen prácticamente las barreras sociales y, así, puede suceder que la mujer que ha crecido en un ambiente religioso se preocupe si su marido, que proviene de un medio distinto, no está de acuerdo en la necesidad de enseñar el catecismo a los niños. El hombre que pertenece a una familia cuya posición económica la obligaba a hacer economías, no comprende cómo su esposa, cuyos padres eran ricos, desequilibra a veces el presupuesto comprando cosas superfluas.
Pero incluso si aceptamos que hombres y mujeres nacen extraños unos a otros por diferencias tanto físicas como emotivas, que crecen y se educan como extraños, que se encuentran, se enamoran y hasta se casan siendo parcialmente extraños, ¿por qué la intimidad matrimonial no acaba on las barreras, y crea un entendimiento total basado en la mutua comprensión?
Quizá el motivo más importante sea que existen obstáculos que no tienen relación con las diferencias psicológicas y fisiológicas de los sexos, sino que se deben simplemente a la diversidad existente entre los seres humanos. Algunas personas no pueden o no quieren hacer el esfuerzo de comprender las emociones ajenas. Cierto marido se queja de que su esposa parece incapaz de darse cuenta de que él ha tenido un día muy ajetreado en la oficna. "Ya debería conocerme -dice-, puesto que yo jamás oculto mi estado de ánimo. Pero ella no se da por aludida, y continúa contándome sus preocupaciones o indicándome las cosas que quiere que hagamos aquella noche. Y luego, encima, se sorprende cuando pierdo los estribos".
La incapacidad de percibir las sensaciones de las personas que nos rodean pueden deberse en parte a no haberlas compartido nunca con ellas. Las mujeres, por ejemplo, tienden a comprender mejor a sus maridos cuando se trata de situaciones relacionadas con la familia o la vida social, es decir, análogas a otras muchas que han afrontado juntos. Pero en las relaciones con el trabajo, el hombre a veces descubre que su secretaria aprecia mejor que su propia esposa su estado de ánimo y sus reacciones.
Las condiciones de la vida conyugal de nuestros días pueden ser también causa de incomprensión. Hace apenas una generación, cada cónyuge tenía obligaciones bien definidas, y la división entre los deberes y derechos masculinos y femeninos estaba claramente delimitada. Pero actualmente, los papeles pueden cambiar al adaptarse a las circunstancias. Hay recién casadas dispuestas a mantener a sus maridos mientras éstos terminan sus estudios. Los maridos cuidan de los niños mientras su mujer está fuera de casa. Una mujer versada en cálculo puede encargarse en las finanzas familiares; un hombre puede sentirse buen cocinero y relevar a su esposa de las tareas culinarias sin que por ello se sienta menos hombre. Las antiguas normas que establecían rígidamente el comportamiento de ambos sexos se han ido transformando o han desaparecido por completo.
Pero esa misma variedad de actividades y situaciones dificulta el entendimiento de la pareja. Por ejemplo, el marido puede creer que su mujer debe desempeñar determinado trabajo, mientras que ella acaso se vea más encajada en otro. O bien puede suceder que él se vea rechazado en sus requerimientos amorosos porque ella sabe que al día siguiente tendrá un día atareado en la oficina y necesita descansar. En tal momento él la considera su esposa, y ella se siente oficinista; la mujer se resiente por la falta de comprensión que él demuestra por su cansancio, mientras que el marido, a su vez, se enfada porque ella lo rechaza.
Es probable que las mujeres tengan mayor capacidad que los hombres para percibir las emociones de las otras personas. Llamemos a esta aptitud simpatía o intuición, lo cierto es que ellas superan al varón en el descubrimiento e interpretación de signos casi imperceptibles, y son más hábiles para advertir ciertos matices emocionales que revelan los cambios que se están produciendo en su relaciones anímicas. Por otra parte, el sexo "débil" emplea a veces su capacidad de predicción y de comprensión para obtener ciertas ventajas sobre el varón. Pero ni siquiera el don de comprender y de sentir profundamente resulta una garantía de que, hasta cierto punto, la esposa no siga siendo una extraña. A pesar de la intimidad que se logre alcanzar en el matrimonio, existen ocasiones en las que toda la buena voluntad del mundo no logra evitar los problemas que el amor no sabe resolver, ni que cada cónyuge se vea agradable o desagradablemente sorprendido y hasta escandalizado por el comportamiento del otro. Pero este elemento de sorpresa resulta a veces muy conveniente ¿A quién le gustaría conocer todos los sentimientos de la persona amada, o que ésta descubriese todos nuestros pensamientos y sensaciones? La falta absoluta de sorpresas emotivas puede conducir a un matrimonio al aburrimiento.
Sin embargo, existen muchas diferencias que el marido y la mujer pueden salvar. Para lograrlo, no sólo tienen la responsabilidad del tratar de comprender, sino también la de esforzarse porque los comprendan. Todos nosotros tendemos a pensar que las personas incapaces de percibir nuestros sentimientos son insensibles, en cuyo caso nos decimos: "Si tú no me comprendes, yo no puedo ayudarte" Pero, por el contrario, eso es lo que debemos hacer: proporcionar a nuestra pareja la información que necesita para lograr entendernos. Para unir el conocimiento con la comprensión hace falta amor, sentimiento que impulsa y ayuda a los esposos no sólo a conseguir una unión lo más total y duradera posible, sino a aceptar conscientemente y con alegría la distancia que siempre habrá de separarlos.
BIBLIOGRAFÍA
Estas ideas han sido tomadas de un comentario de Jessie Bernard y Norman Lobsenz de "Redbook"
Alberto Ignacio García de Jalón COU B
Trabajo entregado para la clase de religión de COU en el Instituto Mixto "Francisco de Vitoria" de Vitoria-Gasteiz en 1978
Mi profe era Argote